Los Trastornos de Ansiedad

Los trastornos de ansiedad sitúan su prevalencia entre el 1.5 a 3% en la agorafobia con o sin historia de trastorno por angustia y el 10% de la población en general en el caso de fobias específicas. La distribución por sexos suele ser superior en mujeres que en hombres.

La ansiedad forma parte de nuestro sistema de adaptación al entorno, sin ella no podríamos sobrevivir dado que seríamos incapaces de reaccionar correctamente ante cualquier situación amenazante. En términos gráficos, la ansiedad cumpliría el papel de los pilotos del salpicadero de  nuestro coche, por poner un símil automovilístico, donde cualquier cambio de las sustancias necesarias para el buen funcionamiento serían detectadas (presión del aceite, temperatura, agua..). En nuestro caso,  una subida del sodio o una bajada del agua de nuestro organismo produciría ansiedad por beber, apareciendo un incremento de nuestra tasa cardiaca y respiratoria, un aumento de la tensión muscular y una atención focalizada en la posibilidad de beber, igualmente una bajada de sustancias nutrientes produciría ansiedad por comer predisponiendo a nuestro organismo como en el caso de la sed a la búsqueda de alivio para esta situación, con la atención focalizada en la consecución de alimento. Este mismo procedimiento aparecería en el caso de detectar una amenaza externa (p.ej. un peligro externo).

Este sistema de alerta puede activarse accidentalmente, sin que haya en el ambiente nada que lo justifique y puede provocar en el sujeto que lo padece un temor intenso ante las consecuencias que podía haber tenido el ataque (“estuvo a punto de darme un infarto”, “no me volví loco de milagro”, “me pude desmayar y no podría haber soportado la vergüenza) y/o un miedo intenso ante la posibilidad de que se pueda volver a producir.

La característica fundamental en los trastornos de ansiedad es la aparición de una serie de síntomas desagradables que dificultan la adaptación del sujeto a una serie de situaciones cotidianas. Estos síntomas pueden aparecer de forma súbita e inesperada y/o cuando se anticipa la presencia de alguna situación concreta. Entre los síntomas experimentados se incluyen las palpitaciones o elevación de la frecuencia cardiaca (taquicardias), sudoración (no debida a la exposición a altas temperaturas o a la actividad física), temblores o sacudidas, sensación de ahogo o disnea, sensación de atragantamiento o nudo en la garganta, opresión o malestar torácico, náuseas o molestias abdominales, inestabilidad mareo o desmayo, sensación de extrañeza con uno mismo o sensación de irrealidad (despersonalización y desrealización), miedo a perder el control o a volverse loco, miedo a morir o a que suceda algo terrible, sensación de entumecimiento en extremidades (parestesias) y escalofríos o sofocaciones.

Las personas que padecen estos trastornos suelen creer que estos síntomas pueden tener consecuencias muy negativas que van desde la pérdida total del control con consecuencias vergonzantes (hacer el ridículo), en otros casos creen que el padecimiento prolongado puede provocar la pérdida del juicio, un infarto o alguna otra consecuencia amenazante. Fruto de estas creencias, el paciente tiende a evitar o escapar de todas las situaciones en las que considere que es probable que se produzcan los síntomas temidos, con lo que el número de actividades y lugares a los que se enfrenta van viéndose reducidos paulatinamente. A medida que esto ocurre, el enfermo siente no tener capacidad para afrontar todas esas situaciones por lo que sigue evitándolas, con la idea cada vez más instaurada de no tener habilidades para su afrontamiento.

Existen varios tipos de trastornos de ansiedad, dependiendo de las situaciones temidas, en algunos casos el paciente tiende a evitar lugares o situaciones en los que tener los síntomas resultaría extremadamente embarazoso o sería difícil pedir ayuda (lugares públicos, autobuses, carreteras…) por lo que se evitan o se accede a ellos acompañado, en este caso hablamos de agorafobia. Otras veces el enfermo se preocupa excesivamente de las situaciones cotidianas porque sobrevalora la peor de las posibilidades (por ejemplo, si el cónyuge llega tarde a comer es porque le ha pasado algo, y no porque se haya entretenido, si el hijo no llega a la hora es que ha tenido un accidente con la moto, etc), en estos casos hablamos de ansiedad generalizada. En otros casos se evita situaciones concretas: animales, ambientes naturales, sangre/inyecciones/sufrir daño. En estos casos hablamos de fobias específicas, cuando el objeto de temor se refiere sólo a una situación o contexto concreto.

Entre los tratamientos para estas dolencias tenemos los tratamientos psicológicos y los tratamientos psiquiátricos. Entre los primeros, que son aplicados por los psicólogos tenemos aquellos que inciden en las causas que provocan el trastorno: Una interpretación catastrofista sobre las consecuencias de los síntomas y las posibilidades de ocurrencia de la situación temida, así como una evitación o escape de la misma que impide que el enfermo compruebe si sus temores son o no ciertos. Entre los segundos, aplicados por los psiquiatras, se incide en el control de los síntomas mediante el uso de fármacos ansiolíticos y antidepresivos. La combinación de ambos tipos de tratamientos puede dar mejores resultados que la utilización aislada de sólo uno de ellos, sin embargo, en muchos casos es suficiente el uso de terapia psicológica de forma exclusiva para la resolución del problema.(Pincha aquí)

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